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Escrito del Rvdo. Martín Añorga sobre Placetas...

Inolvidable Pueblo

Llegué a Placetas en una soleada tarde del mes de septiembre del año 1951. Era en aquellos días un joven  recién salido del seminario, con el miedo propio de los principiantes y la ansiedad de estrenarme como pastor. Nadie me esperaba  en la estación de trenes y me eché a andar por una espaciosa calle rumbo a la Iglesia Presbiteriana.

Mi misión era la de sustituir a un anciano venerable, respetado y querido por todos en la añorada Villa de los Laureles, el Rev. Antonio Sentí. Su esposa Guadalupe y sus numerosos hijos andaban de un sitio a otro, nerviosos, preparándose para ausentarse del pueblo en el que todos pasaron los mejores años de sus vidas.

Por unos días me alojé en un viejo hotel que hoy, según me cuentan es un edificio solitario en ruinas. Era el Hotel Europa, donde me acogieron como si se tratara del hijo pródigo que regresaba al seno de su hogar. La mañana en que despedimos al Rev. Sentí y a su familia, aquel viejito de blanquísimo cabello, apoyado en su bastón, me dio un abrazo y me dedicó una oración en  la que pedía a Dios que me condujera en el ministerio que me correspondía empezar. Recuerdo que por su rostro se deslizaba una furtiva lágrima.

No pensé que Placetas se iba a convertir en poco tiempo en mi pueblo preferido. De tal manera  que sesenta años después, en el exilio, no tan solo soy hijo adoptivo de la bella e inolvidable Villa de los Laureles, sino que muchos creen que allí nací. Confieso que todas las noches pienso en Placetas y oro por los placeteños, dando gracias a Dios por aquellos que conocí y me ofrecieron el más generoso cariño y la más noble acogida.

La casa en la que me correspondió vivir, de acuerdo con los que me contaban la historia, había sido una clínica. Tenía, en hilera, seis habitaciones que abrían sus puertas a un  amplio patio, y al lado estaba el santuario, espacioso y modesto, rodeado de varios compartimentos en los que funcionaba una escuela. Yo era soltero, y de pronto “mi” casa se convirtió en un albergue para estudiantes y viajeros amigos. Todos disponían de una llave para entrar cuando les fuere necesario.

Empecé a conocer a miembros de mi congregación y a personas y sitios de la ciudad.

Si me propusiera mencionar nombres, la lista no cabría en todas las páginas de este semanario. Los oficiales de la iglesia eran el Dr. Benito Alvarez Duarte, una destacada figura comunitaria, Fidencia Guell y  Bartolomé García Lamar, los que tuvieron una franciscana paciencia conmigo, pues mi estilo y mi figura en nada eran comparables a la imagen del anciano pastor a quien me correspondió el reto de sustituir.

Durante mi larga vida pastoral, donde quiera que me haya correspondido servir al Señor, he extendido hacia la sociedad las paredes del templo y he sido hombre de la comunidad. Anterito Cortés y Titío, su esposa, dueños del mejor restaurante de la ciudad fueron mis amigos y protectores; Cheo Rohaidy y un típico personaje a quien todos conocían simplemente como “Chaflán” me abrieron un espacio en la emisora local de radio; Iturriaga y la familia Herrera, dueños de los dos garajes de la ciudad me socorrieron en todos mis aprietos automovilísticos; los siempre admirados Periquito y Arturo Choy, me ofrecieron su clínica y servicios médicos con fuerte calor humano. No olvidaré que el Dr. Choy me obsequió el grado 18 en la masonería, cuando fungía yo como orador de la Logia Iris. Recientemente disfruté el honor de conocer a su hijo, un eminente cardiólogo de esta ciudad.

En el reparto Moderno los hermanos Silva, dos jóvenes médicos, Evaristo y Ricardo, inauguraron una clínica. Ambos fueron mis amigos cercanos, con los que tal vez por razones de edad, me sentaba por largo rato para compartir conversaciones simpáticas e instructivas. Cerca de la iglesia estaba el Dr. Alzugaray, padre del más dinámico placeteño del exilio, el Dr. Manuel Alzugaray, tremendo médico con el corazón lleno de amor por Cuba y sus manos jamá?s cansadas de servir a los demás.

Pedrito Rodríguez Zamora equipó  mi oficina,  Rogelio Collado, cuyo hijo Ubaldo es actualmente pastor en Miami, me llenó la sala y mi habitación de muebles hechos por él; Irene Martin se ocupaba de que mis guayaberas estuvieran siempre resplandecientes y Agustin Debasa satisfacía mis gustos por los helados, Ramón  López, quien estableciera después en el exilo una cadena de sus tiendas ópticas era especialmente generoso con los “clientes” que yo le llevaba. Zapatos nunca me faltaron, ni personas que los necesitaran. Pedrito López, Roberto Rubio y Guell, se  encargaban de esos menesteres. Recuerdo que muchas veces estuve a la expectativa de que el timbre de la cafetería Rifá sonara, para irme a disfrutar de la más deliciosa taza de café del mundo, y no pasaba por el mercadito de “el manco”, así le llamaban todos, sin comprarle una que otra fruta.

Los placeteños de hoy no recuerdan los nombres del sacerdote Iíñaqui de Pértika, el padre Paz, el pastor Fraguela. Seguramente no conocieron a Oliva, Maceo, Braida, Villita, Ariosa, Pepe Martín, González Bello, Ramón Gutiérrez, Espinosa, Lato Valdés, Isidro Rodríguez, Chao, Liberato, Amador, Martiniano, la familia Mayor, la familia Alvarez-García, los hermanos Brito y centenares de otros personajes que quisiera poder mencionar, si el espacio de que dispongo me lo permitiera. Yo me ufano en decir que en la década de los 50’ no había alguien en  el pueblo que yo no conociera, incluidos los tipos folklóricos como Potrillé, Bohemia, León, La Mula. Motoneta y Juan Paquete. Hay un libro, precioso, simpático y documentado que sobre Placetas ha escrito Ramón Guerrero, hijo del más querido fotógrafo del pueblo, residente hoy día en  Nueva Jersey, cuya lectura recomendamos. En el mundo cibernético abundan las páginas informativas y en el boletín del municipio nos encontramos con  viejas fotos que el Dr. Alzugaray se ha encargado de recopilar. Los que quieran tener acceso al mundo anecdótico disponen de la locuacidad de Ramonín Mayor y de Maricarmen Camejo y los que quieran gozar de versos dedicados al inolvidable pueblo, tienen acceso a las publicaciones de Dulcita Fernández.

Quiero decir que en Placetas me casé con una bella joven  llamada Nancy, que lamentablemente falleciera hace algunos años en esta ciudad de Miami. Era parte de la conocida familia Zervigón, y con  ella compartí 48 años de feliz vida matrimonial.  Me regaló el tesoro de cuatro hijos, hoy todos adultos, que a su vez me han colmado de nietos y hasta de biznietos. Habíamos comprado una parcela en  el barrio Moderno, al este de la ciudad donde planeábamos edificar una casita para pasar unidos nuestra vejez; pero como señala el antiguo dicho: “el hombre propone y Dios dispone”.
Placetas, con su parque Casallas, donde disfruté de mis amigos los choferes, los jóvenes de la iglesia y de la comunidad, se me ha trabado para siempre en el corazón. De allí eran Mario Llerena, Rosendo Rosell, la familia de José Pardo LLada,  y Manolo Alván, personajes ilustres de Cuba, y otros más que por ahora se fugan de mi memoria.

En estos sombríos tiempos de dictadura comunista, Placetas ha sido un vientre pródigo en parir héroes. A todos los simbolizo en la figura de Jorge Luis García Pérez, “Antúnez”, cuya voz de innegociable rebeldía se deja escuchar diariamente por las ondas patrióticas de Radio Mambí. Antúnez ha estado en huelga de hambre, golpeado impunemente por los feroces agentes del estado marxista, encarcelado, vigilado en su hogar, separado de su familia; pero como él mismo reitera: “ni me rindo ni me voy”. Para mí es motivo de orgullo oírle mencionar el nombre de Placetas y admirar su coraje y valentía.

No he vuelto, y sé que no volveré a andar por las rectas y espaciosas calles de Placetas. No volveré a encaminar mis pasos por el que era el frondoso Paseo Martí ni podré disfrutar nunca más del olor a melado de caña que procedía de los centrales San José, Fidencia y Zaza. Placetas se me ha escapado del futuro, pero los años que allí viví se me alojan en  el alma con  cándida ternura y agradecido cariño. Para ese terruño querido están siempre disponibles las lágrimas que viajan en  mi recuerdo y la nostalgia que acompaña mis noches de tristes remembranzas.

¡Bendiga Dios a la Placetas de hoy, y sobre todo a la de mañana, la que se engalanará como una reina para gozar de la libertad!